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Gato Montés
Tuve un momento
de duda, pero de nuevo seguí apretando fuerte la pequeña palanca de la
derecha. Delante de mí, el mar Mediterráneo me esperaba, creo que con una
cierta esperanza de que tuviese que nadar en él. Rápidamente, las ruedas
empezaron a perder contacto con el suelo y a transformar al Gato Montés en una
extraña embarcación que, levantando espuma por los lados, se desplazaba como
los antiguos barcos de ruedas. Era la prueba que me faltaba para comprobar las
alabanzas que de él me había hecho su constructor. Aquella extraña «tortuga»,
que se conducía como un carro de combate, me había llevado desde la rocosa
montaña hasta el mar.
La historia del Gato empezó hace bastante tiempo, cuando Jesús y Gabriel Artés, llevados por su afición, decidieron que en un rincón de una de sus fábricas de accesorios también se podía hacer algún experimento sobre cuatro ruedas, con realidades demostradas año tras año. Fue el año pasado cuando, en un «stand» de grandes dimensiones, apareció una línea completa de vehículos dedicados para la práctica del «fuera carretera». Entre ellos -había desde una motocicleta con enormes ruedas balón hasta el clásico «buggie» -destacaba, por sus posibilidades prácticas, el Amphicat, una «bañera» con tres ruedas a cada lado, propulsada por un pequeño motor industrial. Ahora, el Gato Montés, totalmente transformado y mejorado, sucede a aquel Amphicat que sirvió a manera de semilla.
UN GRAN ACIERTO
Si lo básico no
ha sido cambiado en nada, es decir, la forma y el concepto lo auxiliar es
totalmente nuevo. Una idea puede ser excelente, pero a la hora de llevarla a la
práctica no puede expresarse totalmente, por culpa de fallos en elementos
auxiliares. Ahora que el Gato Montés se fabrica en serie y con destino al
mercado mundial, no podía ser un juguete lleno de dificultades y problemas.
En efecto, el
mercado principal de éstos es la exportación a países de gran poder
adquisitivo. En España se pueden vender cantidades interesantes, pero siempre
muy interiores a lo que naciones como Estados Unidos, Canadá, Francia, etcétera,
pueden absorber. En estas naciones avanzadas, el deseo de aventura, la necesidad
de diversión, los deseos de llegar a conocer la Naturaleza a fondo, han hecho
que la demanda de vehículos para la práctica del todo terreno sea importantísima.
Al igual que ha pasado con nuestra industria motociclista, España también
puede ser un buen proveedor de estos verdaderos ingenios de lujo.
La mejora
fundamental introducida en el Gato Montés, con respecto a los prototipos
anteriores, es la adopción de un motor Citroën 3 CV. completo, con su embrague
y cambio. La versión anterior, con el motor separado de la caja de engranajes,
presentaba problemas de falta de compacidad roturas de transmisión primaria...;
el motor Citroën está super probado en todo tipo de condiciones y hace
funcionar magníficamente al Gato.
A la salida de la
caja de cambios, dos ejes -uno por cada lado- pasan el movimiento a sus
respectivas cadenas. Por medio de estas últimas, los dos juegos de tres ruedas
toman movimiento. Es similar a lo
que pasa en un carro de combate o en un tractor oruga. El conjunto del motor va
sobre un pequeño bastidor, el cual está unido, a su vez, a la carrocería.
Esta última es completamente estanca y construida en plástico. La comparación
más gráfica es la de que se parece a una bañera. Los agujeros por los que
pasan los ejes de las ruedas llevan sus correspondientes retenes, que impiden la
entrada de agua.
Los enormes neumáticos
-se hinchan a tan sólo 0,250 kg/cm2 - confieren al coche un aspecto
agresivo y simpático.
La conducción se
efectúa de manera muy simple, por medio de las dos palancas, que encuentra ante
sí el usuario. Equipo completo de luces forma parte del equipo de serie,
mientras que la capota rígida, la calefacción, el gancho para remolcar y la
nplataforma de trasporte son opcionales.
En España, el Gato Montés cuesta alrededor de las 110.000 pesetas cifra que puede ser considerado como elevada para el cliente medio español, pero que es extremadamente interesante en los mercados extranjeros.
DOS PALANCAS
El Gato carece de
puertas, naturalmente. Dada su poca altura, la entrada en él es sumamente fácil
para todas las personas. Una vez en su interior se tiene la sensación de estar
en un sillón con ruedas. Su capacidad de transporte es para dos personas cómodamente
sentadas, pero en la parte trasera hay lugar para una o dos más, o bien para el
material que se transporte.
El motor se
encuentra debajo de los asientos y produce el sonido típico de los Citroën,
pero muy amortiguado por la carrocería.
Una vez el
propulsor en funcionamiento, para poner el vehículo en movimiento se llevan las
dos palancas hacia adelante. En el extremo superior de la derecha, una pequeña
palanca- como las de bicicletas- realiza la función de acelerador. Como que
previamente hemos puesto una velocidad con la palanca de cambios, situada al
lado derecho del conductor (cuatro marchas adelante y una hacia atrás con el
esquema de manejo del Citroën), llevando las palancas hacia adelante y
acelerando ya estaremos moviéndonos. Una vez más, el acierto de emplear un
motor Citroën se pone de manifiesto, ya que va dotado de embrague centrífugo.
Dejando las palancas libres, éstas vuelven a su posición de reposo y las ruedas dejan de recibir tracción. Para frenar se tira de las dos palancas hacia atrás, y los potentes frenos de disco detienen enérgicamente al Gato. Para efectuar los giros, todo consiste en dar tracción a las ruedas de la derecha o de la izquierda, y si se quiere acentuar la maniobra se puede frenar el otro lado, con lo que el coche describe un círculo de centro quedando las ruedas inmovilizadas.
TODO ES POSIBLE
La verdad es que
al cabo de cinco minutos ya tenía por la mano al Gato. Es tal su sencillez de
empleo que maravilla a quien lo conduce por primera vez. La única dificultad
con que topa el principiante es la de cambiar de marcha en pleno movimiento, ya
que se han de dejar las palancas en posición de reposo, con lo que el impulso
del vehículo se pierde. Por fortuna, el motor Citroën está dispuesto a dar
par a un régimen muy bajo, con lo que el «novato» va cogiendo práctica y rápidamente
se habitúa a efectuar las operaciones con rapidez y precisión.
Al ir en posición
tan adelantada y con las irregularidades del terreno, las primeras impresiones
son de que vamos a dar de bruces en el suelo, pero a pesar de ello, la mano
derecha va apretando cada vez más la palanquita aceleradora. En cuarta y a
plenos gases, sobre un terreno bacheado, como un campo de cultivo o una playa,
la sensación de velocidad y de emoción nos hacen olvidar que apenas pasamos de
los 60 km/h. Tímidamente hago virajes de gran radio para, progresivamente,
pasar a curvas cada vez más y más cerradas..., hasta que me recomiendan no
forzar demasiado, porque aunque nadie ha conseguido volcar nunca, no quisieran
que los de AUTOPISTA lo hiciesen por primera vez.
No dudo en
afirmar que la cualidad que más me ha impresionado del Gato es la posibilidad
que tiene de ser conducido con extremada precisión. Subiendo un fuerte desnivel
se pueden hacer pasar las ruedas por el lugar que se cree más idóneo, se puede
girar en plena ladera, dejarse resbalar un poco hacia abajo, evitar el pedrusco
gordo que escondían aquellos matorrales... y de golpe acelerar a fondo para
realizar el último tramo de la subida volando...
Lo curioso de
todo es que al cabo de unas horas de rodar por terrenos impracticables, sigo
teniendo los riñones en plena forma. La ausencia de suspensión se ve
formidablemente compensada por la flexibilidad de los neumáticos.
En este recorrido
en busca de la dificultad a que estoy sometiendo al rojo Gato llega el momento
de las aguas pantanosas, de los barrizales. Aquí el vehículo lo que hace es...
flotar y navegar impulsado por sus ruedas, hasta que encuentra terreno favorable
sobre el que asentarse y reconvertirse en coche terrestre. Mi poca experiencia
me hizo en seguida aprender que sobre aguas cenagosa o sobre las más claras
no es conveniente acelerar a fondo, excepto... si hay espectadores y se
les quiere deleitar con una cortina de agua. Su tracción total a las seis
ruedas me demostró claramente sus posibilidades al salir de una de estas balsas
y atacar frontalmente una duna. Aun cuando las ruedas traseras todavía estaban
flotando, las delanteras se aferraban con firmeza a la arena, para iniciar la
escalada. Instantes después, las segundas colaboraban en la operación y las
terceras y traseras empezaban a «hacer fondo», y mientras, el autor de estas líneas
mirando preocupado cómo la parte trasera de la «bañera» apenas sobresalía
sobre el nivel del agua. Aquí se ponía de manifiesto el porqué de la forma de
la parte superior de la carrocería, cumpliendo la misión de mantener alejada
el agua del borde del «casco».
Empezaba estas líneas
hablando de mi aventura marinera y, por tanto, no quiero cansarles más con
ella, porque ya saben ustedes que el Gato es también embarcación. No es su
mejor empleo el de hacerlo marchar sobre el mar, pero a mí me demostró
claramente que puede atravesar la corriente de un río o la superficie de un
lago sin ningún tipo de problema.
Como todas las
cosas de la vida, el Gato también tiene sus «pegas». Para mí, la más
importante es su escasa altura libre sobre el suelo, que obliga a poner mucha
atención en el camino que se hace seguir al vehículo. Se deben evitar las
piedras grandes, o bien hacer pasar las ruedas directamente sobre ellas. De lo
contrario, el fondo toca con ellas, y si no se deteriora, porque es
extremadamente fuerte y resistente, sí impide el avance. Si el motor y los
ocupantes fuesen en posición más elevada, o las ruedas tuviesen mayor diámetro,
el centro de gravedad no estaría en posición tan baja y, sin duda, en laderas,
el equilibrio en posiciones comprometidas sería precario. Los ángulos de
inclinación a que se puede llevar al Gato Montés estamos seguros que no están
al alcance de ningún todo-terreno, pero, en cambio, la altura libre sobre el
suelo de estos últimos es mayor. Como he dicho tantas veces: la técnica
siempre es un compromiso entre diversos factores.
Otro pequeño detalle que se podría mejorar es el aislamiento térmico del asiento -se encuentra sobre el motor-, con lo que las posaderas de los ocupantes quedarían agradecidas.
SENSACIONES
FUERTES
El Gato Montés
es un cochecito para todos aquellos que gustan de las sensaciones fuertes, pero
es también indispensable para todos los que gustan de hacer largas excursiones
y expediciones en la Naturaleza, para los cazadores... Sin olvidar las grandes
aplicaciones que puede llegar a tener para las cuadrillas de mantenimiento de
las compañías de electricidad, para los guardas forestales, para equipos de
salvamento de alta montaña, para las estaciones de esquí... Sus reducidas
dimensiones y sus posibilidades le confieren grandes ventajas.
Para mí, aparte de todo, lo recordaré como un vehículo de los que cuesta desprenderse una vez finalizado el ensayo. · Autor: Javier Forcano (AUTOPISTA nº 646, junio 1971) · Gracias a Colempi por enviar el reportaje
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