Cuando preparábamos
el artículo sobre Paco Godia, llegamos al convencimiento del interés de
efectuar una serie de entrevistas a pilotos relevantes de los años 50, que nos
permitieran rescatar del olvido esta bella página de nuestra historia del automóvil.
En ellas, aficionados cortados por el mismo patrón que Godia nos contarán de
primera mano las sensaciones que transmitían las máquinas con las que ahora
soñamos (desde un Dyna-Panhard hasta un Ferrari 750 Monza, pasando por
los 300 SL o los Porsche 356 Carrera) así como sus experiencias en pruebas
nacionales e internacionales. Por otra parte, estamos seguros de que más de uno
podrá sacar partido de estas experiencias pues, al fin y al cabo, ¿no son las
fuerzas que animaron a estos precursores -afición, amateurismo y deportividad-
las mismas que impulsan nuestra afición por los coches clásicos?
El protagonista de
esta entrevista es don Antonio Creus Rubín de Celis, uno de los pilotos que mejor partido supo extraer de nuestros legendarios Pegaso Sport y también uno de los pocos pilotos españoles que se lanzó a la palestra internacional. Entre los coches que pilotó se cuentan, además de los mencionados Pegaso, Ferrari de la talla del 750 Monza o el Testarossa, así como el Maserati 250F de Fórmula 1.
Creus fue también
un campeón motociclista de talla internacional, si bien dejamos el análisis de
su extraordinaria trayectoria sobre dos ruedas para otro artículo. Todavía
dotado de una enorme vitalidad (puede vérsele a menudo por el puerto de San
Juan con la rodilla en el suelo sobre su Suzuki 250RGV, su BMW K1 o Laverda 500
Fórmula), esto es lo que nos contó durante las gratas entrevistas que le
realizamos en su residencia madrileña.
-¿A cuándo
se remonta su afición por los automóviles?
-Mi pasión
deportiva ha estado siempre por las motos. El coche entró en juego como una
emoción nueva que busqué cuando ya lo había probado casi todo sobre dos
ruedas. En ese sentido, mi afición por el automóvil fue intensa y temprana,
pero no inmediata, coincidiendo su inicio con mis primeras participaciones
deportivas.
-¿Qué
buscaba cuando se sentaba al volante de un automóvil para competir? En otras
palabras, ¿qué sensaciones encontraba en la conducción deportiva?
-Mi principal
motivación para competir, tanto en motos como en coches era el experimentar ese
cúmulode intensas sensaciones que van asociadas con la velocidad. Correr en
moto o en coche me hacía sentirme feliz y satisfecho, más que ninguna otra
actividad. Ahora bien, mientras que en motos siempre salía con mentalidad de
ganador y sólo me sentía contento cuando alcanzaba la victoria, en el automóvil
me bastaba para ello con el placer que me proporcionaba la superación de las
dificultades que entrañaba su conducción: luchaba más conmigo, con mi máquina
y con los demás y era feliz con sólo ver progresar mi estilo o mi control
sobre el coche. Sentía una gran curiosidad por conocer cómo se comportaba cada
tipo de automóvil y por descubrir hasta qué punto era capaz de dominarlo.
Curiosidad que decaía junto con mi interés cuando me adaptaba a la experiencia
(cosa que no me ha ocurrido con las motos). Creo que es por eso que, una vez
alcanzada la Fórmula 1, decayó mi interés por el automovilismo deportivo.
-Cuáles son
para usted las causas que determinaron el rápido desarrollo del automovilismo
deportivo en España durante la década de los 50?
- En primer
lugar, creo que fue decisiva la aparición en Madrid y Barcelona,
principalmente, de grupos de aficionados que se reunían
periódicamente en lugares concretos. Estos centros fueron el caldo de
cultivo ideal para el nacimiento y buen fin de todas las iniciativas deportivas
de aquella época. Nuestro punto de reunión en Madrid era la sede del RACE en
la calle Ruiz de Alarcón.
Tuvo también
enorme importancia la disponibilidad, por primera vez en mucho tiempo, de vehículos
adecuados para competir, gracias a la fabricación de los Pegaso Z-102
las licencias de importación que la Administración puso a disposición
del RACE y del RACC entre quienes desearan practicar este deporte (acceder a una
de estas licencias era el único modo de conseguir
un coche deportivo de importación).
- ¿Era
popular el deporte del automóvil en aquella época?
- Mucho. Tenga en
cuenta que, tras una época sin absolutamente nada relacionado con el
automovilismo deportivo, era tan novedoso para la gente "ver" como
para nosotros participar. El público acudía en masa a presenciar cualquier
prueba local. Las subida a Gatapagar, a la cuesta de las Perdices, a la Dehesa
de la Villa o las carreras de Montjuich eran auténticos hervideros de público.
Era muy bonito porque además, todo el mundo nos conocía.
- Qué
ambiente se respiraba entre los participantes en las pruebas?
- Éramos todos
amigos; ciertamente nuestra relación era mucho más de amistad que de rivalidad
deportiva. Fue una época muy bonita en la que todos nos contentábamos con
disfrutar activamente en nuestra afición, haciendo la que sabíamos o podíamos.
Desde aquella época tengo amigos en toda España.
- Si nuestros
datos son correctos, fue propietario de tres de los 86 Pegaso que fabricó
ENASA. Desde esta posición privilegiada, cuéntenos sus experiencias y la opinión
que tiene de estas máquinas españolas.
- Los Pegaso
Sport fueron unos automóviles extraordinarios. Dotados de unas características
que aún hoy son punteras, me atrevo a calificarlos como los mejores coches de
Sport de su época y, gracias a su enorme fiabilidad, también como grandes máquinas
de circuito aunque -por no haber sido diseñadas para este propósito- sus
prestaciones fueron algo escasas en este terreno.
Efectivamente,
tuve la suerte de conducir cuatro de estas joyas. La primera fue una berlineta
verde carrozada por la casa que la fábrica puso a mi disposición mientras
terminaba la que le había solicitado y que paseé por toda Europa tirando del
remolque de las motos, sin que me diera el más mínimo problema.
Fue con la
segunda que probé por primera vez sus bondades en competición. El coche andaba
magníficamente, aunque al principio presentó serios problemas de
recalentamiento de los frenos. En este sentido, recuerdo que en el Gran Premio
Sport de Oporto y a pesar de los esfuerzos de Celso durante los entrenamientos
(Celso Fernández, probador oficial de ENASA que la fábrica había enviado en
apoyo a Creus, al no poder para que no participara en la prueba), en plena
carrera me quedé sin frenos a final de recta cuando iba a 220 km/h, con la
suerte de rozar una columna de hierro que aplastó la aleta delantera contra la
rueda, frenando el coche cuando se dirigía derecho contra una tapia. Era tal el
calor generado por los tambores de freno que, cuando salí del coche, los
guardapolvos de goma de los bombines estaban ardiendo. El problema era
ocasionado porque los tambores y zapatas de los frenos estaban construidos con
tal cantidad de material que impedía la adecuada disipación del calor generado
por la violentas y constantes frenadas en circuito, convirtiendo los tambores de
freno en auténticos hornos. Solucioné este problema eliminando el material
sobrante y el coche no volvió a dar problemas de freno.
Mi tercer Pegaso
fue un Spider Touring con motor 2.8 que ENASA me cambió por la berlineta, en el
que trabajé duramente al objeto de convertirlo en un auténtico coche de
competición. No me limité a actuar sobre los frenos, como en el anterior, sino
que hice un trabajo en profundidad que se extendió también a la carrocería,
la suspensión, los carburadores (llegué incluso a modificar el cuerpo de sus
dos carburadores cuádruples Weber) y los escapes. En 1956 cambié en ENASA el
motor 2.8 por el 3.2 litros.
Como resultado,
obtuve el mejor coche que he conducido. Con él llegué a hacer cosas increíbles:
correr un día en las pistas de Barajas; a continuación hacer 2.300 km que
separan Madrid de Spa a una media de 120 km/h; meterlo sin más que un reglaje
de carburación en el circuito de Spa-Francorchamps y quedar sexto en los 1.000
km a una media de 168 km/h. para volver al día siguiente a Madrid para asistir
a la primera comunión de mi hija. Dígame si conoce algún otro coche que
pudiera o pueda igualar esta proeza. Con ningún otro coche me sentí tan a
gusto y compenetrado y quizá por eso le tengo tanto cariño.
Finalmente, tuve
durante unos años el famoso Pegaso Thrill que utilicé a finales de los 50 para
desplazarme a los circuitos y cotidianamente en mi trabajo (le hice más de
100.000 km). El coche, además, era precioso; cuando lo paraba, siempre se
formaba un corrillo de admiradores.
Sólo encontré
una "pega" importante en los Pegaso: la distribución. Esta tenía por
base una magneto de dos ruptores (uno por bancada) que había fabricado Bosch
especialmente para Pegaso y que costaba una fortuna. Desgraciadamente la
apertura de los ruptores se alteraba con frecuencia por desgaste de levas
descompensando todo el motor. Otro punto mejorable era el anclaje trasero del
puente De Dion, que hacían que la potencia empujara al coche desde ese punto,
provocando que el coche "culeara". Si esos empujadores se hubieran
fijado delante (hacia el centro del coche), la potencia hubiera tirado del vehículo
en lugar de empujarlo, con lo que su comportamiento hubiera sido más neutro. En
cualquier caso, era un coche maravilloso que, de haberse seguido desarrollando,
nos hubiera dado enormes satisfacciones.
- Sin embargo,
al final se pasó a la competencia. ¿Por qué?
- Vendí el
Pegaso Spider al darme cuenta de que por mucho que intentase convertirlo en un
coche de circuito nunca llegaría a alcanzar las prestaciones de una máquina
específicamente diseñada para ganar en ese terreno, máxime cuando ENASA había
abandonado en el 57 el proyecto Z-102. Para ilustrar mejor este razonamiento
basta decirle que el primer año que corrí en Spa-Francorchamps con mi Ferrari
Monza lo hice a una media de 186 km/h (18 km/h más de media que con el Pegaso).
Claro que estas máquinas también tenían graves inconvenientes: había que
transportarlas en remolque a los circuitos y, como puede comprobar, eran mucho más
delicadas.
- Cuéntenos cómo
fueron sus participaciones con coches de competición pura.
- Como le comenté,
el primer coche de competición fue el Ferrari 750 Monza que utilicé durante la
temporada 1957-1958. Con él corrí varias carreras: entre ellas el G.P. Sport
de Spa-Francorchamps, en que me fui a un prado plagado de vacas al evitar a otro
coche que había perdido el control por la lluvia; los 1.000 km de Nürburgring
junto con Freddie Russel (reciente vencedor de las 24 Horas de Le Mans) en que,
como me predijo Fangio, rompí amortiguadores a las 4 horas (Nürburgring era un
circuito muy duro para los amortiguadores debido a su gran carrousel de cemento
con juntas de dilatación) y el G.P. de Portugal en que, tras un duelo con el
Porsche Spyder de Nogueira, tuve que retirarme con un pistón perforado. Lo
cierto es que el coche andaba muy bien y mucho pero resultaba inquietantemente
frágil. En 1960 conseguí terminar 10º. los 1.000 km de Buenos Aires con un
Ferrari Testarossa de 3.000 cc (¡al fin pude ver la bandera a cuadros con
Ferrari!).
Mi primer
contacto con la Fórmula 1 fue en el G.P. de Siracusa de 1958, al volante de un
Maserati F 250 D (una de las dos unidades que se montaron con el motor
descentrado, para mejorar su perfil aerodinámico). Tras mantenerme en los
primeros puestos, tuve un accidente que me obligó a retirarme cerca del final
(cuando iba 4.º). Ya en el año siguiente corrí en varias ocasiones más con
el mismo automóvil en Argentina; el G.P. de Argentina, donde tuve que retirarme
en la vuelta 22 por asfixia (me intoxiqué debido a los gases de escape y al
elevado calor durante la carrera) y el Premio de la Ciudad de Córdoba de F1, en
que me clasifiqué 6.º. La verdad es que nunca llegué a disfrutar de la Fórmula
1. Mientras que en coches Sport me encontraba a gusto, me daba perfecta cuenta
de que para conseguir buenas clasificaciones en la F-1 se precisaba un grado
adicional de locura del que, afortunadamente, carecía. Aquellos bólidos eran
algo totalmente distinto del resto de los automóviles, y también francamente
peligrosos (muy pocos pilotos de F-1 de aquella época escaparon a la muerte en
circuito). Era demasiado, sobre todo teniendo sobre mis espaldas las
responsabilidades de una familia y de mis ocupaciones agropecuarias.
- Díganos, ¿cuáles
fueron para usted los mejores pilotos españoles de la época?
Godia
fue, sin duda, uno de los mejores. También me impresionó mucho De Portago, con
quien coincidí en un G.P. de Oporto (que, por cierto, ganó). Finalmente,
aunque no es muy conocido, Julio González Pola, a quien vi correr
magistralmente con un Ferrari F-1 en una de las primeras Peña Rhin de los años
40. Fue una pena que ese magnífico conductor
se marchara a América (donde, por cierto, siguió corriendo con la
escudería venezolana, consiguiendo muchos éxitos).
Celso Fernández,
Julio Reh y Joaquín Palacios andaban muy bien con los Pegaso, pero claro, eran
pilotos de la fábrica. Otros buenos pilotos que recuerdo eran Romero Requejo y
Bay.
- ¿Cuáles
son, a su juicio, las causas que provocaron la terminación de esa época?
Me atrevería a
decir que el envejecimiento sin deja sucesión de la camada de conductores que
la había comenzado, la paralización de la fabricación de los Pegaso y la
falta de nuevas licencias para importar deportivos.
- ¿Siguió
corriendo durante los años 60?
- Satisfecha en
parte mi afición por la competición y aprovechando mi experiencia y mis
conocimientos mecánicos, durante los siguientes años preparé motores y partes
mecánicas de automóviles nacionales (Seat 600, Alpine-Renault) y participé en
bastantes carreras en cuesta y rallyes nacionales (Almería, Alicante, Costa del
Sol, Copa Luis de Baviera, etc) para probarlas. Pero lo cierto es que, después
de haber probado los caballos por cientos, esos pequeños bólidos no
significaban nada nuevo para mi.
Esperando verle
pronto en las reuniones de clásicos con la sorpresa que está preparando, le
damos las gracias por el tiempo que nos ha dedicado y, sobre todo, por todo lo
que nos ha contado.
· Autor: Sergio Romagosa (MOTOR
CLÁSICO nº 40)
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