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El
deportivo Pegaso Z-102 es uno de nuestros orgullos nacionales. Construido en los
años 50, fue una mezcla de operación de prestigio y de quijotesca aventura. Su
creador; Wifredo Ricart, le dotó de los máximos adelantos técnicos de la época.
Su breve carrera, llena de altibajos, terminó de modo triste e inmerecido por
culpa de unos dirigentes políticos con escasa visión y sensibilidad.
En nuestro país, la sola
mención del nombre Pegaso referido a automóviles hace que de inmediato la
imaginación y la nostalgia emprendan un etéreo y emotivo vuelo semejante al
que los griegos atribuían a ese mitológico corcel alado. España, tierra de
genios capaces de crear maravillas técnicas en avanzadilla a su época, ha
carecido sin embargo de la constancia, de la base, del apoyo logístico tal vez,
para que muchas de esas obras enraizaran y se desarrollaran plenamente. Nuestro
tradicional aislamiento con Europa impedía mayor proyección y reconocimiento.
Es por eso que nosotros celebramos grandes hitos, pero muy especialmente en el
terreno tecnológico e industrial éstos han quedado como eso, como puntos de
referencia, sin que se consolidara la industria autóctona que les dio
vida. 
Si nos referimos al mundo de
la automoción, tenemos un claro ejemplo en Hispano Suiza, marca de máximo
renombre mundial, pero que allende nuestras fronteras muchos consideran francesa
y a nuestro país sólo le reconocen una intervención en su creación, y aun
mitigada, en virtud de la nacionalidad helvética de Mark Birkigt. O en la
industria motociclista, con casi todo lo que hoy resta de ella en manos
japonesas. En España no ha crecido una industria a semejanza de la británica,
la gala, la germana o la italiana, que pese a los aprietos en los que hoy se
ven, han constituido una sólida base apoyada en unos grandes nombres bajo cuya
aureola otros de mucho menor calibre pero no por ello de inferior carisma,
calidad o prestigio, han encontrado cobijo y terreno para desarrollarse.
Nosotros tenemos que
consolarnos con aquello del «qué bello fue mientras duró» Y es que quien no
se conforma es porque no quiere, pero duele en lo más hondo del alma el que
obras geniales y magníficas hayan quedado sin continuidad. Y una de ellas, sin
duda la más carismática, es el Pegaso.
El Pegaso nació de la mano
de Wifredo Ricart, un ingeniero brillante como pocos, pero también, como
nuestra industria, poco reconocido. Personaje inquieto, piloto, aviador, marino
e ingeniero, fue un creador incansable y genial a quien la II Guerra Mundial
truncó una carrera fértil en Alfa Romeo, empresa en la que topó con un tal
Enzo Ferrari. Si las discrepancias entre ambos favorecieron que el mítico modenés
volara por su propia cuenta con los resultados que todos sabemos, es toda una
incógnita lo que Ricart hubiera dado de sí en la fábrica milanesa sin que la
guerra se interpusiera. Tal vez hoy podríamos hablar del Alfa Romeo V-8 3
litros en lugar de hacerlo del Pegaso Z-102. Desgraciadamente, a igualdad de méritos
técnicos y a semejanza de prestaciones, el hipotético Alfa Romeo habría
tenido una repercusión y un desarrollo infinitamente mayores. Pero eso sería
tergiversar.
Wifredo Pelayo Francisco de
Borja Ricart Medina nació en Barcelona el 15 de Mayo de 1897. Pese a la tradición
marinera de su familia, encarriló sus estudios hacia la ingeniería, titulo que
obtuvo a la edad de 21 años, y desde 1920 trabajó con motores. Asociado a
Francisco Pérez de Olaguer, fundó en 1920 la S.A. de Motores Ricart-Pérez, y
si comenzaron con motores para bombas y generadores, Wifredo Ricart no tardó en
construir un automóvil de carreras: una "voiturette” de 1.500 centímetros
cúbicos, cuatro cilindros, doble árbol de levas en cabeza, dieciséis válvulas
y doble encendido que rendía 55 caballos a 5.800 revoluciones, todo un logro en
aquellos tiempos.
Esta actividad deportiva
supuso la ruptura con su socio y nuestro hombre voló por su cuenta: en 1926
nació la empresa Motores y Automóviles Ricart, S.A. El primer fruto fue el
Ricart 226 que se presentó en el Salón de París de ese mismo año, y al que
acudió por carretera conducido por el propio Ricart a un promedio de 65 kilómetros
por hora. Ese coche tenía un motor de seis cilindros y litro y medio de
cilindrada que también sobre salía por su tecnología. Ricart, un pero, no podía
con todo y, como era mejor técnico que empresario, la marcha de su industria no
iba paralela a la brillantez de sus diseños. Ello le llevó, en 1928, a
fusionar su empresa con la de Felipe Batlló, el constructor de los España, y
así nacerían los Ricart-España.
También fue efímera
la vida de este negocio, con lo que Ricart, miembro de la “Society of
Automobile Engineers” de Nueva York, abrió una oficina técnica desde la cual
actuaba como consultor para otras empresas y desde la que diseñó un motor diésel
de dos cilindros y cuatro pistones que se distinguía por su alto rendimiento y
bajo consumo. La culminación de esta etapa fue cuando en 1956 entró como
consultor técnico para los motores diésel de aviación de Alfa Romeo rama que
para esa firma era entonces más importante que los automóviles. Una vez hubo
estallado la guerra en España, Ricart fue nombrado Jefe de Estudios Especiales
y más tarde Asesor Técnico de la Dirección General, encargado de los
Servicios de Proyectos y Experiencias, es decir la mayor responsabilidad técnica
de la fábrica. Esa fue una labor truncada por la guerra mundial y así nunca se
sabrá lo que habrían dado de sí con un desarrollo adecuado creaciones suyas
como el Alfa Romeo 162 o el 512 de motor central, modelos que él mismo no
dudaba en probar.
Después
de la conflagración, con Alfa Romeo casi destruida, con los partisanos
asesinando a ingenieros que trabajaron en ella tachados como presuntos
colaboracionistas y tras azarosas vicisitudes, volvió a Barcelona. En España
también eran años de penuria pero había que hacer algo para resurgir y los
primeros pasos fueron la creación del INI en 1941 y del CETA (Centro de
Estudios Técnicos de Automoción) en 1946. Luego, a finales de ese mismo año,
nació Enasa sobre las cenizas de la extinta Hispano Suiza. Ricart era Director
General del CETA y Consejero Delegado de Enasa, y en ambas empresas incorporó técnicos
italianos con los que colaboró en sus tiempos de Alfa Romeo. Finalmente, en
1947 nació una marca: Pegaso, cuyo emblemático caballo en plena y grácil
cabriola, no pudo tener las alas características del mítico caballo porque las
tenía registradas para su corcel la Mobil Oil.
La
producción de camiones arrancaba penosamente y Ricart debió luchar para
obtener de las autoridades luz verde para poder llevar a cabo el proyecto en el
que sin duda soñaba desde hacía años. Un proyecto avanzado, un proyecto que
sirviera para crear una base tecnológica para la industria y un proyecto, que
duda cabe, capaz de prestigiar a la marca y al país. Para ello supo estimular a
los gobernantes de antes con lo que supondría a nivel internacional que en España
se construyese un automóvil moderno y de altas prestaciones. A los hombres del
general Franco esas palabras, seguramente en su fuero interno, les recordaron lo
que las respectivas industrias automovilísticas habían significado en su día
para Hitler y Mussolini.
El
proyecto de Ricart comenzó su andadura en 1948, y en 1951 en Barcelona y luego
en el Salón de París se presentaba el Pegaso Z-102 que se construía en las
mismas instalaciones barcelonesas de La Sagrera de las que también salieron los
fantásticos Hispano Suiza. Una leyenda acababa de nacer: el Pegaso comenzaba a
galopar.
Sólo daremos
un brevísimo apunte técnico e histórico del coche. Primero su motor, un V-8
de aleación ligera, nacido con 2,5 litros de cilindrada y sucesivamente
aumentado a 2,8 y 3,2 litros. Reunía todas las exquisiteces técnicas que podían
encontrarse entonces y estaba montado en un chasis-plataforma sustentado por
suspensiones delanteras independientes y un eje trasero De Dion. Sus características
de diseño le situaban como el más avanzado de su tiempo, sobre todo porque había
podido diseñarse sin cortapisas y contando con un presupuesto ilimitado a pesar
de que pronto cambió la orientación de la empresa y al final se le dedicaron
muy pocos recursos.
Las primeras
carrocerías de los Pegaso fueron dibujadas y realizadas en España y se
conocieron con el nombre de "Barcelona” o “Enasa”, pero más tarde se
encargaron diferentes versiones a carroceros externos como es el caso de Serra,
Touring o Saoutchik.
También en el
terreno deportivo los Pegaso brillaron, pero problemas, la mayor parte
originados por la falta de un verdadero departamento de carreras capaz de hacer
frente con presteza y capacidad de reacción a los inconvenientes que surgían
en las competiciones, impidieron que obtuvieran internacionalmente los triunfos
que de sus cualidades técnicas cabía esperar. En España lo coparon casi todo
y allende nuestras fronteras tal vez el momento de mayor gloria fue cuando
Palacio logró ir cuarto en la Panamericana de 1954 hasta que se salió de la
carretera. Evidentemente uno de sus hitos en la escena internacional se situó
en 1953, cuando el 25 de Septiembre Celso Fernández logró en la autopista
belga de Jabecke el récord de la milla y el kilómetro, tanto lanzados como en
parado. Estos récords son todavía más valiosos porque se obtuvieron con el
coche de apoyo, ya que al preparado para la ocasión le explotaron las bujías y
el vehículo hubo de ser retirado. Desgraciadamente estas marcas sólo duraron
un mes escaso hasta que un Jaguar XK 120 de fábrica batió los records
“lanzados” pero no los de “salida parada” pues, a diferencia del Pegaso,
el Jaguar montaba un grupo muy largo especial para batir estos records.
Así, lo que
pudo haber sido una bella historia concluyó en 1955 por mucho que en los dos años
siguientes aun se construyeran doce “pegasines” con lo que quedaba por la fábrica.
En efecto, un nuevo gobierno achacó en gran medida la deficitaria marcha de la
empresa a estos coches, o al menos fueron las primeras víctimas de un intento
de rentabilizarla. Ricart, su obra y sus proyectos, cayeron en desgracia y no se
construyeron las series previstas. Los proyectos existentes: Z103, Z-104,
Z-105 y Z-106 quedaron abortados. Se renunció a la tecnología propia y se
adquirieron licencias extranjeras. Una quema de brujas comenzó dentro de la
empresa y lo que restaba de los coches fue achatarrado, malvendido y
arrinconado. Era la ignominia elevada al paroxismo, una ignominia que sólo años
más tarde, demasiado tarde, se intentó reparar desde la misma empresa, aunque
con intereses propagandísticos. Sólo la decidida y entusiasta labor de unos
pocos aficionados ha permitido que de los 86 Pegaso construidos a mano, casi
setenta se hayan salvado de la quema aunque algunos de ellos quedaron en estado
irrecuperable, pero son el rugiente testimonio de una aventura digna de haber
disfrutado de una suerte más justa.
Ricart continuó
unos años en cabeza de la CETA, jugó un papel decisivo en la creación de SEAT
y pasó después a ocupar cargos directivos como el de Presidente de la Lockheed
en Francia. Fue máximo responsable de la “Fedération Internationale des Sociétés
des Ingénieurs de l'Automobile” y también miembro de sociedades técnicas
galas, británicas, italianas y estadounidenses. Wifredo P. Ricart falleció el
día 19 de Agosto de 1974 y, como siempre ocurre en el caso de hombres
singulares como él, las magníficas obras que nos ha dejado son las que mejor
perpetúan su recuerdo. En este caso, nada mejor que poder contemplar una vez más
un mítico, poderoso, pero fugaz Pegaso.
FUERZA
BELLA
El
motor empuja con brío. Las manos deben asir el volante con firmeza y manejar el
cambio con energía. No se puede ser delicado, pero tampoco brusco. Nada de
medias tintas, sino precisión, decisión y, evidentemente, tener muy claro
lo que uno se trae entre manos porque un Pegaso no es un coche cualquiera y
requiere un trato especial. Entonces se aprecia una dirección dura pero
precisa, ese cambio que una vez te haces a él, primera a la derecha y atrás y
las cuatro restantes siguiendo una «hache» tradicional pero de derecha a
izquierda,
resulta rápido y manifiesta con un chasquido sordo el engrane de cada marcha,
y esa suspensión firme que sólo te pone en aprietos si el piso está en malas
condiciones.
La posición de conducción es cómoda, uno se encuentra a gusto
en los «baquets» tapizados en piel y, pese al largo morro, la visión al
frente es perfecta y aumentada por el magnifico espectáculo que ofrecen el
volante Nardi y las tres grandes esferas que agrupan los distintos controles. En
un primer momento el Pegaso nos ganaba el pulso, después, poco a poco nos
hicimos amigos le fuimos comprendiendo y él, agradecido, obedecía. Lástima que
por culpa de su único carburador, nos
tosiera un poco. «Lo llevo con uno sólo porque va más suave, logras tener un
ralentí decente, y puedes circular bastante bien. También tengo cuatro
carburadores de doble cuerpo y el colector de admisión para ellos, pero en
ese caso es un verdadero lío hacerle ir redondo, así se expresa José María
Bregante, orgulloso poseedor de este Touríng Segunda Serie fabricado en 1956,
que con sólo setenta mil kilómetros reales en el contador se muestra en un
estado excepcional pese a no haber sido restaurado.
Es imposible
permanecer impasible ante la personalidad y el equilibrio del trazo de esta
bella carrocería toda ella hecha de redondeces con sólo algunos detalles en
arista que ponen un justo contrapunto.

José María
Bregante explica cómo llegó a sus manos este coche peculiar que tiene el
volante a la derecha y una carrocería de la que sólo se hicieron cuatro: «no
sé cómo, pero el propietario de una mina asturiana se enteró de que en la fábrica
mi padre tenía dos grupos electrógenos. Un día, sobre el año 1961, nos
propuso cambiar los grupos por el Pegaso. Mi padre dijo “no está mal cambiar
peso por metal”, porque aunque a él le gustaban los coches, el Pegaso no era
su preferido». La realidad es que una joya acababa de entrar en el garaje de
los Bregante: «el coche no tenía ni veinte mil kilómetros pero aquel hombre
lo encontraba muy engorroso de conducir».
Para el joven
Bregante fue toda una revelación «Ni te explico lo que significó para mí el
Pegaso. Con él en aquellos años, era el rey. Lo utilizaba para ir a estudiar a
Barcelona y ya te puedes imaginar que con 18 ó 20 anos...». Cuando lo explica,
Bregante casi pone los ojos en blanco recordando sin duda proezas inconfesables
y piques en los que el adversario había, de antemano, perdido la partida.
Después de
haberlo probado nosotros, vuelve a conducir él. Acelera con ganas, no va de
carreras, pero le da marcha al coche y este responde llenando el habitáculo con
un sonido grave y pleno que nos embriaga y hace que sin motivo aparente nos
miramos: «es la h... ». Parecerá dura y poco ortodoxa la expresión, pero
caramba, es la que a los dos nos salió al unísono del fonda del alma. Y es que
al lado del Pegaso, los coches de hoy nos parecen meros electrodomésticos.
FICHA TÉCNICA
MOTOR
Ocho
cilindros en V a 90 grados.
Bloque
y culata de aleación ligera.
Doble
árbol de levas en cabeza.
Diámetro
por carrera: 85 x 70 milímetros.
Cilindrada: 3.178 centímetros
cúbicos. Potencia: 210 caballos
a
6.000 revoluciones por minuto.
Par
máximo: 25 mkg. a 3.500 rpm.
ENCENDIDO
Magneto Bosch.
ALIMENTACION
Un carburador Weber doble cuerpo, dos cuadrúples o cuatro dobles. Dos bombas de gasolina eléctricas.
TRANSMISION
Caja de cambios manual de 5 velocidades
y diferencial autoblocante.
CHASIS
Plataforma de perfiles cuadrados y chapa. Carrocería de aluminio,
diseñada por Touring, mediante el sistema Superleggera.
FRENOS
Cuatro tambores, los traseros a la salida del cambio.
EMBRAGUE
Monodisco en seco.
SUSPENSION
Independiente en el eje delantero con trapecios, y eje rigido con
sistema De Dion, detrás. Amortiguadores
hidráulicos y barras de torsión en ambos trenes.
RUEDAS
Llantas Borraní de 16 pulgadas.
Neumáticos de 6 x 16 pulgadas.
DIMENSIONES
(en mm.)
Longitud total, 4.130; distancia entre ejes, 2.300; vía delantera,
1.320; vía trasera, 1.290; anchura máxima, 1.158. Peso aproximado: 1.200 kilogramos.
· Texto: José Luis Aznar (Gran Auto 16,
marzo 1992)
· Gracias a Peter_pb por enviar el
reportaje
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