
Unas ruedas de
tacos, el morro transformado y el techo recortado, bajo su capó un motor de
Alfa Romeo... el orgulloso pura sangre español de los años 50 se había visto
rebajado al papel de caballo de feria en carreras de autocross. Hasta que Enrique
Coma Cros, un gran entendido
en Pegaso (que muy pronto publicará un libro sobre la marca española),
lo descubrió y rescató de tan inapropiados escenarios. Y decidió devolverle
su dignidad.
Curiosamente, el
nuevo propietario tenía en su garaje un motor que resultó ser el original de
esta misma unidad. Esto le animó a seguir y puesto en contacto con Jaime
Grimau, un antiguo ingeniero de la fábrica de La Sagrera, y Joaquín
Folch, que puso su taller a disposición del proyecto, se pusieron manos a
la obra.
En la labor de
documentación ya descubrieron que no se trataba de un coche cualquiera: el
primer propietario, Juan Soler Pantaleoni, era un fanático de los Pegaso, que
incorporó al suyo todas las innovaciones que fue realizando la fábrica. Así,
con respecto a un Z-102 normal esta versión, de carácter mucho más
deportivo, adopta tomas de aire para el radiador de aceite y para la admisión
de los dos Weber de cuatro cuerpos que alimentan al espectacular motor V8. Y
también en los laterales destacan unas prominentes tomas que, por medio de
canalizaciones interiores, refrigeran los frenos traseros situados «in-board»,
junto al diferencial.
Todos estos
detalles tan especiales influyeron decisivamente en el criterio a seguir en la
restauración, y se optó por realizar un vehículo competitivo y fiable,
destinado a las carreras y en particular al Campeonato Europeo de Vehículos
Históricos. Por eso es probable que los puristas no vean con muy buenos ojos la
serie de transformaciones realizadas.
Por supuesto, en
la restauración se ha procedido a recuperar al 100 por 100 la estética del
modelo, incluyendo las preciosas llantas Borrani, pero dotándolas de un calzado
netamente superior al que se empleaba hace 30 años. Las Dunlop Racing respetan
las dimensiones y el dibujo originales, pero su compuesto, más blando,
proporciona un mejor agarre tanto en seco como sobre mojado. La frenada, por su
parte, se ha visto mejorada con la incorporación de una nueva bomba y de un
doble circuito independiente. El radiador de aceite ha sido sustituido por uno
moderno y el de agua, totalmente restaurado, se ha dejado sin pintar, para
mejorar la evacuación de calor, incorporando, además, un electroventilador.
«Gracias a estas
transformaciones hemos logrado atajar uno de los grandes problemas de los
Pegaso: su tendencia a recalentarse -comenta Joaquín Folch- y tanto Enrique
Coma Cros como el propio Jaime Grimau coinciden en que nunca habían visto un Z-102
que frenara tan bien.»
La revisión de
la ITV la pasó, pues, sin ningún problema (sólo que, cuando llamaron para
acordar fecha y hora tardaron en convencer a los técnicos de que no se trataba
de un camión).
El motor ha sido,
asimismo, cuidadosamente ajustado y puesto a punto, y para controlar su correcto
funcionamiento se ha añadido a la ya completa instrumentación un pequeño
panel con dos relojes para comprobación de la temperatura del agua y la presión
del aceite. «Y nos llevarnos la sorpresa de que los relojes originales marcaban
perfectamente», confiesa Folch.
En el interior
del habitáculo también llama la atención un moderno extintor y unos
cinturones de competición. En realidad estos aditamentos no afectan para nada
al carácter del coche y contribuyen a mejorar su funcionalidad y seguridad. «Dentro
de poco -añade Folch- también le instalaremos unas barras antivuelco.»
Los asientos de
cuero no han necesitado más restauración que un tratamiento con un producto
regenerador que ha devuelto al material su brillo y elasticidad.
Corno vehículo
de competición, el Pegaso necesitaba una gran autonomía (y sobre todo
en carreras tipo 1000 Miglia) y este coche va dotado, al igual que las barquetas
de la Panamericana, de dos depósitos de 50 litros cada uno, situados en el
maletero, junto a la rueda de repuesto. Para mejorar la accesibilidad, en La
Sagrera se transformaba el capó, dejando una abertura mucho mayor.
La primera
sorpresa al ver este coche es, sin duda, su particular decoración. En realidad
no se corresponde a ningún diseño original, pero está inspirado en los
colores que identifican a los coches españoles en las carreras internacionales
(como el «British Racing Green» de los ingleses, el «Blue France» de los
galos, el «Rosso Corsa» de los italianos, el plateado de los alemanes, o el
blanco y azul de los americanos ... ).
La restauración
estuvo terminada justo para la carrera de las 1000 Migila, en Italia, pero con
las prisas apenas hubo tiempo de rodar el motor, muchas de cuyas piezas eran
nuevas. «De hecho, los mil y pico kilómetros que tiene se los hicimos en la
propia carrera -comenta Folch-. Pero de todas formas, hasta que se nos rompió
el embrague el motor fue como un reloj, y la temperatura del agua nunca pasó de
los 90,194 ºC.
«Después de la
carrera había que reparar la pata del embrague, pero para sacar este elemento
hay que extraer primero todo el motor, los radiadores de agua y aceite... ¡medio
coche! Esto es lo que hacía inviables las reparaciones rápidas en las carreras
de antes. Detalles anticuados que contrastan con otros como la concepción
modernísima del propulsor, del cual se derivó el mismo Cosworth.»
A los mandos del Pegaso
descubrimos, lo primero, que los asientos no son regulables y que a pesar de su
aspecto envolvente sujetan bastante poco. Sólo los cinturones de arnés nos
ayudarán a permanecer en nuestro sitio sin dar bandazos en las curvas. Ante el
conductor se encuentra un aparatoso pedalier y el enorme volante de aluminio y
madera, muy paralelo al cuerpo.
«Prepárate a
pasar calor», me advierte Folch cuando por fin nos ponemos en marcha. El
veterano 8 cilindros emite al principio un rugido quedo, pero pronto le acompaña,
al ponernos en movimiento, el penetrante zumbido de la transmisión, que invade
el habitáculo haciendo casi imposible entenderse sin gritar.
Los primeros kilómetros
hasta llegar a nuestra zona de pruebas los recorremos por la ciudad. El Pegaso
es el centro de todas las miradas y más de uno, distraído ante el inusitado
espectáculo, tiene que ser sacado de su embeleso por los bocinazos de los demás
conductores.
«Este coche no
soporta los atascos -continúa Folch-. Antes de salir hemos limpiado las ocho
bujías y ya deben de ir una o dos mojadas.»
Pero en cuanto
salirnos a «campo abierto» el V8 recupera en dos acelerones todas sus
facultades. La restauración mecánica, siempre bajo la supervisión de Grimau,
ha sido realizada con tanto cuidado como la de la carrocería, y se ha llegado
incluso a superar la potencia anunciada en su día por el fabricante.
La advertencia de
Folch no era infundada. Al poco rato de estar el motor en marcha el habitáculo
se convierte en una sauna. Y al calor producido por la mecánica hay que sumar
el trabajo de conducir: la dirección, tan dura y sin retorno, obliga a un
esfuerzo continuo. Realmente, para conseguir una trayectoria limpia hay que
echar un pulso con el volante.
«Cuando en
Italia nos vimos obligados al abandono, después de día y medio de carrera, teníamos
los músculos de los hombros y el cuello totalmente agarrotados -explica nuestro
acompañante-. Los "188" Pegasines "178" siempre han tenido
fama de ser como camiones.»
El cambio es otra
de las características peculiares de este coche: el esquema es el normal, pero
invertido, de forma que la primera queda a la derecha y atrás, la segunda
enfrentada a ésta hacia adelante, y así sucesivamente hasta la quinta, que
queda a la izquierda y atrás. En esta última relación el coche es capaz de
superar los 200 km/h a un régimen de unas 7.000 r.p.m. «Aunque, por ahora, no
le hemos pasado de 5.000.»
Las marchas no
están sincronizadas y lo normal es que se produzcan escalofriantes rascones si
no se pisa bien a fondo el embrague o no se insertan las velocidades con decisión.
Y en mi esfuerzo por hacer los movimientos con precisión a veces dejo caer
demasiado de vueltas el motor. Pero no importa, el V8 tiene unos bajos
formidables que no sólo lo sacan adelante sin protestar sino que, aun provocan
el derrapaje de las ruedas traseras. Y a corregir, con enérgicos tirones de
volante.
«Desde luego
-comenta Folch- Joaquín Palacios y Celso Fernández eran unos conductores
excepcionales. Pilotar estos coches en las carreras de antes era una auténtica
proeza. Había que ser un atleta.»
CARACTERÍSTICAS
TÉCNICAS
Motor
Explosión 4T.
Definición y posición:
8 cilindros en V a 90º, 2 válvulas por cilindro.
Arquitectura: dos árboles
de levas en cabeza en cada culata.
Diámetro/ Carrera:
85x7O.
Cilindrada: 3.200 cc.
Alimentación: 2 WEBER
verticales de 4 cuerpos.
Distribución: por
engranajes (piñones en cascada).
Encendido: magneto Bosch
12 V.
Lubricación: cárter
seco con bomba mecánica de aspiración y depresión
con radiador separado de
aceite.
Refrigeración: líquida
por radiador cursado por bomba de agua.
Compresión: 8 a 1.
Potencia máxima: 215
CV.
Régimen máximo: 7.000
r.p.m.
Transmisión
Disposición motriz:
caja de cambios y puente trasero (trans axle).
Embrague: monodisco en
seco, diferencial autoblocante.
Cambio:1.ª:3 a 1
2. ª: 1,8 a 1
3.ª: 1,24 a 1
4.ª: 1,00 a l
5.ª: 0,86 a 1
m.a.
2,70 a 1
Reducción del grupo:
9/41.
Bastidor
Suspensión delantera:
independiente por barra de torsión y amortiguadores telescópicos.
Suspensión trasera:
puente de dión y barras de torsión, amortiguadores de funcionamiento
invertido.
Dirección: por visenfin.
Diámetro del volante:
425 mm.
Vueltas del volante: 3 y
1/2
Diámetro: de giro: 9,40
m.
Sistema de frenado: 4
tambores hidráulicos con mordazas autoblocantes delante y normales detrás.
Llantas: 4 1/2-x16.
Neumáticos: 600Lx16
Dunlop Racing CR48 (204 compound).
Alternador: magneto
Bosch.
Batería: Sonenschein.
Cotas
Batalla y vías (del/tr):
batalla 2,30, del 1,32, tras. 1,29.
Largo/ Ancho/Alto: alto
1,29, anchura 1,58, largo 4,08
Depósito de
combustible: 100 1.
Peso de catálogo: 1.000
kg.
Peso real (lleno a
tope): 1.100 kg.
Reparto de peso (del/tr):
60% del y 40% tras.
Unidades fabricadas: 84.
· Autor: C. Hernández (MOTOR CLÁSICO Nº 9)
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