No se podría decir que Juan era un fanático de los coches; tampoco llegaba a la categoría de aficionado. De joven, de casa para adentro, fue un buen chico, buen estudiante. Al cumplir dieciocho años, sus padres, le pagaron el carnet de conducir y, con el carnet, se abrió la posibilidad (entre nosotros: la excusa) de tener un coche, para ir a la Universidad y ahorrarse el engorro de los transportes públicos. Nos movemos en los años 70.
- Coche nuevo, no. Dijo el padre. - Cambiaremos, el nuestro, por otro más grande, más moderno, y que el chico se quede el viejo. El viejo era un SEAT 850, 4 puertas.
Juan ya tiene coche. No era un coche para presumir. Un 850, 4 puertas, viejo y un chico joven, no presumían; más bien intentaban pasar desapercibidos; pero era un coche.
En el 850 fue cogiéndole soltura a la conducción; los movimientos necesarios, se fueron automatizando.
Nunca se planteó que llegara a gustarle conducir. Conducía; simplemente. Se desplazaba con el coche, como miles y miles de personas hacían igual.
Acabó los estudios. Encontró trabajo. Novia. Dieron la entrada para un piso. Se casaron y ya instalados, compraron un coche nuevo, a plazos: un Ford Fiesta 1.3. De principio iban de cabeza al 1.1, pero les calentó la cabeza, el comercial y se quedaron el más potente.
- ¡Vaya diferencia con el 850! ¡Que fino va! ¡Que reprís! ¡Como corre!
Juan seguía siendo un conductor del montón; pero ahora, con el Fiesta, iba más deprisa.
Prosperó en el trabajo. Tuvieron dos hijos. Prosperó más en el trabajo. El Fiesta, se hacía pequeño para llevar la familia. Nos movemos ya en los años 80.
Cambió, el Fiesta, por un coche de importación, un sedán no excesivamente grande, de 4 puertas, alemán. Alguna mirada envidiosa cosechó entre los vecinos. Ese coche tenía el doble de potencia que el Fiesta y era de tracción trasera. A Juan, eso de la tracción le sonaba a chino.
- ¡Vaya diferencia con el Fiesta! ¡Que fino va! ¡Que reprís! ¡Como corre!
El coche seguía siendo algo con que desplazarse, un objeto, solo que ahora, casi sin darse cuenta, presumía de él. No todos los coches estaban a su nivel.
En las autopistas y autovías, abría paso y marcaba el ritmo: ¡apartaos, que voy! En carreteras reviradas, pero, era incapaz de seguir algunos coches de menor categoría.
Bueno. A escondidas de su mujer (y los niños), decidió de practicar para ir más rápido en curvas.
Febrero. Domingo por la mañana. Carretera de esas con curvas, que conocía, de haber pasado muchas veces por allí.
- Hoy voy a ir más rápido. - Que puedo, como esos mier*** de los R 5.
Ahora no hay nadie. Que Voy. Que va. Alguien que lo viera, desde fuera, notaría que cerraba los puños, en el volante, con demasiada fuerza, que no pasaba a una marcha superior, cuando tocaba, que no reducía, cuando tocaba, que no soltaba el freno, cuando tocaba, que no aceleraba, cuando tocaba y que entraba y salía muy mal de las curvas; de todas. Que la velocidad lo superaba.
Juan debía de haber visto que había rodadas de barro, de tractores, pues pasó por encima de varias.
Zona de sombra. Una recta en bajada y al fondo, curva a derecha, de 90 º, un puente señalizado como de paso prioritario a un solo sentido de circulación y curva a izquierda, también de 90º; el clásico puente estrecho con entrada y salida en forma de Z”.
Llega al puente, demasiado rápido para su nivel. Se le acumula el trabajo y frena sobre una rodada de tractor, que estaba helada. Se le va el coche, de atrás. ¡Pam! Golpea el pretil de puente con la aleta trasera izquierda. Se le va a cruzar el coche. Mueve el volante, no se sabe hacia donde, no sabe lo que hace. ¡Pam! Ahora golpea con la trasera derecha. Vuelve a mover el volante, no se sabe hacia dónde y acaba arrastrando el lateral por todo el puente.
El coche se ha calado. Juan está dentro. No sabe si sueña o está despierto. No se ha hecho daño. Está blanco como la cera.
Cuando se recupera un poco, da, al arranque: para como mínimo apartarse de ahí. El coche no arranca. Sale. Mira y ve los destrozos en la carrocería, que no son muy importantes, pero cuando los vecinos, lo vean, se van a reír, seguro. Abre el capó ¿para qué? ¿para ver qué? ¿para arreglar qué? no sabe de mecánica, no sabe, ni cambiar una rueda.
El coche no arranca. Uno que sí supiera un poco de mecánica, comprobaría enseguida que todo se ve bien. Pero no arranca.
Pregunta: ¿por qué no arranca?