Si seguís quejándonos, lo mismo conseguís que se pueda volver a fumar en los bares, que también es algo que coartó muchísimo la libertad, que nos impidió disfrutar de lo que nos gustaba y que en el fondo no deja de ser una cosa de ecologistas vagos que no tienen que trabajar como vosotros y que están conchabados con jueces rojos plegados a las órdenes de los incompetentes de Bruselas. Sólo os falta el complot judeomasónico y el contubernio de Múnich.
Y ahora un poco en serio.
Quizá me pille los dedos, pero hay algunas cosas que, queramos que no, son progresar, o ir hacia adelante, o seguir el devenir de los tiempos... Llamadlo como queráis. Así a bote pronto se me ocurre la restricción o prohibición del tráfico privado en los núcleos de las grandes y medianas ciudades.
El prohibir el consumo de tabaco en lugares públicos.
El matrimonio entre personas de distinto sexo, como lo fue antes el declararse pareja de hecho.
La ley del aborto, con sus peculiaridades.
El divorcio.
Y unas cuantas cosas más.
Como podéis ver, las he enumerado de la posterior a la anterior cronológicamente. Pero podéis comprobar una pauta. Y es que a todas ellas, se opusieron los mismos. Que hicieron campaña en su contra, prometiendo derogarlas.
Y que al final, se las comieron con patatas. Porque de la misma manera que hoy en día a nadie se le ocurriría llevar a sus hijos a ver una ejecución pública en la plaza del pueblo, y hace un par de siglos era de lo más normal, dentro de unos años a nadie se le pasará por la cabeza que en una sociedad masificada se pueda ir en coche a donde nos salga de las narices. ¿Que es una pena? Pues si.
Pero es lo que hay. Cuanto más pronto nos hagamos a la idea de que la circulación privada en las grandes ciudades, y el motor de explosión, ya puestos, serán un recuerdo nostálgico a medio plazo, menos sufriremos.