Todas las marcas tienen modelos que no despiertan mucho interés de coleccionismo, y además, están penalizados por alguna otra circunstancia, sea real o mitológica, en nuestra España.
Entre Citroën, los GS y los CX arrastran el mito de la complejidad técnica excesiva y la realidad de la poca oferta en talleres y especialistas que realmente sepan repararlos o mantenerlos.
Y los CX además, que llevan grandes motores en todas sus versiones salvo el raro (por poco visto) 2.0 de gasolina, conlleva los impuestos municipales de alta tarifa, día a día la lista de los ayuntamientos en los que por antigüedad hay bonificación, se reduce.
Por ello no es de extrañar que lleven años saliendo desde aquí, a otros países.
Evidentemente si se tiene un sólo coche de colección, poco importa pagar 60 euros al año, o 180, al Untamiento de turno, pero cuando hay más coches en el garaje o en la puerta de casa, dicha cifra se cuestiona. Al igual que el miedo a la prueba anual de opacidad de gases diésel ante la ITV.